Ni el sol logra iluminar el desorden. Entre charcos, basura y olores nauseabundos, la otrora “capital comercial de Cañete” se hunde entre la indiferencia de sus autoridades y la falta de civismo de sus propios vecinos
Así despierta Imperial: con calles que parecen campos de batalla entre la basura, el desorden y los charcos de agua sucia que perfuman el aire con su hedor. La otrora “capital comercial de Cañete” hoy parece un escenario postapocalíptico, gobernado por la indiferencia.
Su alcalde, incapaz de atar o desatar, sigue sentado en un sillón que claramente le queda grande. Pero no todo es culpa del poder: el propio ciudadano se encarga de empeorar el paisaje, arrojando desperdicios, orinando en las calles y destruyendo los pocos espacios verdes que quedan. A eso se suman los ambulantes que, con su informalidad, terminan de darle el golpe final a una ciudad que alguna vez fue orgullo provincial. Esto es Imperial, donde el caos madruga y el civismo duerme.
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