«A unas horas del amanecer, el Distrito de la Desidia nos recuerda que aún no sabemos elegir autoridades… y mucho menos cómo vivir sin orines y heces en la acera.»
En el corazón de Imperial, otrora un próspero bastión comercial de Cañete, la celebración del aniversario de la ciudad ha dejado su huella: no en forma de festividades, sino de un caos incalculable que hace que incluso los más aguerridos turistas se arrepientan de haber llegado. A tan solo unos minutos de que los relojes marquen las seis de la mañana, los olores nauseabundos se apoderan de las bocacalles y los ambientes se tornan una pesadilla para los sentidos.
Las primeras noches de lo que se ha dado en llamar “la feria” (aunque este concepto está bastante alejado de lo que podría entenderse como una celebración digna) han dejado tras de sí riachuelos de orina, heces humanas, basura desbordada por cada esquina y la constante sensación de que la ciudad se encuentra en un estado de emergencia sanitaria… que, curiosamente, nunca llega.
«¿Y qué podemos hacer?», se preguntan, con sarcasmo, los vecinos de a pie del mal llamado Distrito del Desorden. La respuesta, aunque amarga, está más que clara: “agradecerle al alcalde, a los regidores y a esos funcionarios que permiten que el caos se haga carne en las calles. Gracias a ellos, la ciudad sigue adornada con montículos de desechos humanos y un aroma que podría hacerle sombra a cualquier basural de tercer mundo”, se dijo desde las redes.
Pero no es solo un tema de limpieza. No. Lo que realmente se celebra aquí es la demostración flagrante de la mediocridad política. En un acto casi ritual, se homenajea al vacío y la incompetencia, mientras los ciudadanos tienen que tragarse su mal elección una y otra vez.
El distrito de Imperial es solo un triste reflejo de una nación que ha hecho del fracaso su modo de vida, eligiendo a personajes que, bajo un bonito disfraz, solo tienen un gran talento para la deshonestidad.
En las bocacalles, entre los charcos de orines y las montañas de basura, los vecinos no pueden evitar sentirse indignados. «Lo que pasa en Imperial, ocurre en todo el país», afirman con tono mordaz. «Mucho maquillaje político, muchas promesas de cambio, pero al final todo sigue igual: pura bazofia».
Para los vecinos de Imperial, esta no es una celebración, sino un recordatorio de que los errores cometidos en las urnas se pagan con inmundicia, suciedad y malestar. Y mientras tanto, el circo sigue, con un público que no tiene más remedio que aguantar el espectáculo.
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