La ética y el servicio al ciudadano han quedado relegados a un segundo plano en la región Lima y el Perú
La crisis moral que atraviesa el Perú se manifiesta con claridad en el panorama político. Los partidos, que deberían ser bastiones de ideales y valores, se han convertido en espacios donde priman los intereses personales sobre el bien común. La previsibilidad de este fenómeno se agrava en cada ciclo electoral, donde la búsqueda de votos lleva a los líderes a abrir las puertas a personajes que carecen de ideología y compromiso social.
Dirigentes que han traicionado principios fundamentales, en un afán voraz por acumular poder, han permitido que la política se transforme en un mercado donde se compran y venden lealtades.
La ética y el servicio al ciudadano han quedado relegados a un segundo plano, mientras se priorizan alianzas oportunistas. Esta prostitución de la política no solo desdibuja el enfoque de los partidos, sino que alimenta el desencanto y la desconfianza de la población, que ve cómo sus representantes se alejan de la esencia de su misión.
¿Hasta dónde llegará esta falta de valores? La situación demanda un cambio urgente: es necesario que los ciudadanos exijan rendición de cuentas y que los partidos se reencuentren con su propósito original de servir a la sociedad.
La dignidad de la política peruana depende de la voluntad colectiva de reintegrar la ética a la práctica política y de seleccionar a quienes verdaderamente abogan por el bienestar común, rescatando así el legado de verdadera democracia en el país.
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