Somos sucios, seámoslo siempre. Los peruanos son bien cochinitos, aunque duela reconocerlo (y olerlo)
Este reciente escándalo respecto a la falta de cumplimiento de normas elementales de higiene en un fast-food es la punta del iceberg de un tema más amplio: somos un país sucio. Cuesta asumirlo –y a muchos les molestará que se escriba– pero uno viaja y es difícil encontrar países (que los hay: la India, Indonesia, Venezuela, China nos ganan o empatan) donde la suciedad campee tanto como en el Perú.
Aquí es común ver a la gente tirar basura de los carros, echar las bolsas de basura a la calle, dejar que las mascotas defequen en cualquier lado, animales caminando como si nada entre las mesas de los restaurantes populares, que no se use siempre agua caliente para lavar el menaje usado por anteriores comensales (hace años se reveló que cerca del 80% de los restaurantes usaba agua fría para eso), las playas hechas un asco al final del día, desechos lanzados al mar o a ríos, gargajos por todos lados, dedos metidos entre los dientes, mercados callejeros inmundos, baños públicos o de trabajo arrasados, etc… Y el consumo de champús, jabones, dentífricos y desodorantes es bastante bajo para el volumen de población que tenemos.
El peruano promedio tolera demasiado la suciedad. Se aducirá que es por pobreza, educación o falta de agua, pero creo que es más por un tema de dejadez y actitud. Cierto que uno nota a la gente más aseada y arreglada tras esta reciente prosperidad, pero todavía falta mucho: somos bien cochinitos, aunque duela reconocerlo (y olerlo).